Una dulce ilusión

Ayer, silenciosa vida dentro de tí que esperaba deseosa poder salir y de sus padres el cariño recibir.
Hoy feliz de pertenecer al aquí y con un corto tiempo pasado va escribiendo su historia, aunque lo haga sin notarlo.

Hubo un tiempo en el que Mamadera fue su alimento y Muñeca su diversión;
Delantal su alegría y Hamaca su atracción.

En esa época tener por un día el títere del aula era lo mejor que le podía pasar, pero un cachorrito verdadero era un gran premio a conservar.

Ya sola no quería jugar. Por ese entonces un nuevo ser llego a la familia, alguien a quien por siempre amará.

Entrar a un nuevo sitio siempre le trajo nervios pero no miedo a lo que pudiese suceder, desde el lugar donde aprendería el abecedario hasta donde se formaría para el futuro trabajo.
Hubo un tiempo en el que quiso ser alguien más y que otra persona pudiera llegar a ser, comprender emociones que sólo de grande llegará a tener. Quiso jugar con guiones y personajes. Jugó con el teatro. Un viaje con amigos finalizaría esa larga etapa para ella. La despedida de los juegos en el patio era inevitable y la que viviría con sus compañeros, inolvidable. El gorro en su cabeza fue lanzado al aire para caer a la caja de los recuerdos junto a la medalla y la rosa marchita de la época de las mesas bajitas.

Un nuevo mundo nuevamente la esperaba: no más “seño”, era la época del “profesor”.
Ya nada era igual, el mundo rosa se había esfumado tiempo atrás. Muchas dudas la invadían, sólo una certeza tenía: su familia la quería. Todo cambiaba de forma, hasta que ese nuevo universo interno comenzó a tomar vida, a llenarse de letras, de melodías, de canciones que la identificaban, de nuevas amistades y de invitaciones a la diversión.

Mientras tanto había sido vecina de mucha gente en varios lugares diferentes. Quizá este y tantos otros fueron los motivos que la convirtieron en alguien paciente, con la esperanza apostada en el futuro desde el hoy, tímida, silenciosa, que confía en el tiempo; con la virtud, tal vez, de tomar lo bueno de cada mala situación; que fue aprendiendo a comprender a los demás; que vuelve a sentirse como seguro se sintió a los tres años con nervios sobre el futuro y contradicciones: como el miedo a equivocarse aunque sepa que de ellos aprenderá.

Una chica que no es Cenicienta porque muchas veces no cree en los cuentos mágicos y que sí lo es porque tiene deseos e ilusiones que sólo fueron revelados al viento y quedarán guardados en el tiempo.

Es imposible ponerle fin a esta historia, porque día a día sigue escribiéndola...

Aunque lo haga sin notarlo.

Deborah Mazza