LA GENTE NO SABE LO QUE QUIERE Y LO DEMUESTRA SEGUNDO TRAS SEGUNDO.

Haciendo un estudio profundo (o viviendo 15 años con mi familia, que es lo mismo), me di cuenta de que la gente está loca. Pero no es una locura común y corriente como la esquizofrenia o la neurosis de que alguien nos persigue por la calle. Es mucho peor aún. Estoy hablando de una enfermedad más contagiosa que la varicela, algo peor que la picadura de un dengue, una epidemia más grande que la “peste negra”; me refiero, sin duda alguna, a la “CONTRADICCIÓN CONSTANTE”.

Acá hay un ejemplo:

“¡Cuánta calor que hace! ¡Yo ya no doy más! Por suerte falta poco para el otoño”. Este es el testimonio de un grupo de octogenarias en verano haciendo fila en la verdulería para comprar el tomate maduro que destinaran para hacer tuco.
“¡Cuánto frío que hace! ¡Yo ya no doy más! Por suerte falta poco para la primavera” recitaba el mismo grupo de ancianas en pleno invierno haciendo cola en la farmacia para que les tomaran la presión por trigésima primera vez en el mes.

Este caso también se da en los matrimonios. Sobre todo en la parte femenina de la pareja.
“Ay, amor, nunca me regalás nada” le dice la mujer a su marido que opta por leer el diario para no escuchar las reflexiones a las que su esposa llega cuando está sola en casa.
Pasados unos días, el esposo llega con un ramo de veinticinco rosas, a lo que su cónyuge responde despiadadamente y sin tener en cuenta los sentimientos de su marido:
“Seguro que anduviste con otra”. A lo que le sigue un llanto incontrolable e infundado, y una posible anorexia justificada por la siguiente frase:
“Mi marido no me quiere por que estoy gorda”.

En conclusión, la gente no sabe lo que quiere y lo demuestra segundo a segundo. Pero esto no solo le ocurre a la gente común, pasa en todos lados: en la política, la televisión, el teatro, la radio, el mundo de la música, en el sombrío negocio del lavado de dinero, en las villas, los barrios residenciales, en las fábricas textiles, papeleras, editoriales, locutorios en los que venden dólares, gimnasios, centros de estética, shoppigs, empresas de colectivos y otros medios de transportes, los parripollos y puestos de choripanes de la costanera, en las almacenes y supermercados de reconocimiento mundial, en el ejército, en el congreso, en los tribunales, en las agencias de turismo, en las pizzerías y rosticerías, en las heladerías, en las casas reparadoras de computadoras, en el oscuro negocio de la piratería de CD’s y dvd’s, en los quioscos donde venden salchipapas, en las panaderías, las ferreterías, las ópticas, las iglesias, las sinagogas, los templos buda, el barrio chino, etcétera, etcétera, etcétera…

Para la gente no existe la gente perfecta. Ellos te van a criticar y marcar todos tus defectos. Y si algún día lograras corregirlos, te van a criticar más. Los humanos se quejan de cualquier cosa: si estás gordo, porque estás gordo; si estás flaco, porque estás flaco; si comés mucho, porque comés mucho; si comés poco, porque comés poco; si sos alto, porque sos alto; si sos bajo porque sos bajo; si tenés pies grandes, porque tenés pies grandes; si tenés manos chicas, porque tenés manos chicas; si tenés nariz grande, porque tenés nariz grande; si no sabés leer, porque no sabés leer; si sabés leer, porque sabés leer; si no sabés jugar al fútbol, porque no sabés jugar al fútbol; si sos rico, porque sos rico; si sos pobre, porque sos pobre; si sos político, por que sos político; si encontrás cien mil dólares en la calle y los devolvés, te dicen que sos tonto; si los encontrás y no los devolvés, te dicen que sos deshonesto; si ganás la quiniela te envidian, si no la ganás también, etcétera, etcétera.

En fin, estos ejemplos demuestran la interminable infelicidad a la que estamos acostumbrados a vivir. Nunca estamos felices porque no aceptamos la realidad. Y estoy seguro de que si empezáramos a hacerlo tendríamos un poco más de alegría. Pero, contradiciéndome, si uno aceptara la realidad, la dura realidad, seríamos infelices ya que no dejaríamos espacio a la imaginación, a la fantasía de creer que todo es posible. Porque, al fin y al cabo, ¿a quién no le gusta soñar?
Bueno, me despido. Y una vez más terminé diciendo lo contrario a lo que me proponía decir al principio; en realidad no me contradije, al contrario, fundamenté mi pensamiento; en realidad no lo fundamenté, solo lo comenté; aunque más que un comentario, yo diría que es una crítica de la vida … o no. Mejor dicho, es una fundamentación comentada de la vida. No, no creo que sea una fundamentación comentada de la vida, solamente es una crítica de los principales defectos de la gente…

Compréndanme: yo también soy parte de esta sociedad tan contradictoria.

1 comentarios:

  Anónimo

16 de junio de 2009, 14:59

Otro de esos posteos que se le pueden ocurrir a Hugo solamente... Me hizo reir y aprender otra vez, aparte de hacerme pensar acerca de la menera en que pertenezco a esta sociedad tan contradictoria.
Ludmila Gatto.